El sillón me mordió



El sillón me mordió
Hoy el sillón me mordió una nalga y cuando di un tremendo salto por el dolor del mordisco, cerró sus brazos para no permitirme sentar de nuevo.
- ¿¡Qué te sucede!?- pregunté enojada sobándome.
- No te quiero aquí sentada llorando por quien se fue -“dejándote en el abandono”- como te gusta decir en tu reclamo.
- ¿Y tú qué sabes? ¿Cuándo te has enamorado de alguien y te ha dejado en soledad?
- ¡Ah! ¿Quieres que te cuente mi vida? pues planta bien los pies y párate cómodamente porque antes de abrirte de nuevo mis brazos tendrás que escucharme. Empezaré por el principio: parte de mi cuerpo estaba muy tranquilo plantado en la maravillosa Pachamama, donde el viento me acariciaba, el agua de la lluvia lavaba mi piel y daba el preciado líquido a mis raíces. El amor del sol me daba el calor necesario y la noche con su luna arrullaba mi descanso. Los trinos de las aves me daban los buenos días y diversos seres de la fauna en mi entorno me hacían compañía. ¡Ah pero un mal día! llego el “hombre” y me arrancó de un tajo de mis amadas raíces. Fue ahí donde empezó mi pérdida y sufrimiento. Pasaron a golpearme y apilar mi adolorido cuerpo junto con más hermanos de martirio, sí dije martirio pues de ahí vinieron cortes y más cortes, tantos que para que te digo. Hasta que llegue a ser solo tramos de lo que fue mi esplendor. De ahí me llevaron a donde dijeron harían conmigo un hermoso sillón para que algún humano se enamorara de mí y me llevara a casa donde me amarían y tendrían cariño. Esperanzado, soporté más cortes y fui clavado y golpeteado y ¡dolía tanto como no te imaginas! pero fui valiente y me porté estoico.
Para distraer el dolor me decía continuamente en un estribillo fijo: van a venir por mí y me amaran, van a venir por mí y me amaran. Me vistieron de terciopelo café chocolate, eso escuché que decían “quesque era el color de moda”, no entendí que era eso y seguí con mi estribillo: van a venir por mí y me amaran, van a venir por mí y me amaran. Me llevaron después de vestirme a un gran lugar donde había muchos como yo y escuché el estribillo ya conocido por mí pues tenía tiempo que me lo repetía y todos en ese lugar lo hacían.
Después de un tiempo, no sé si días, semanas o meses pero un buen día de pronto llegaste tú, te acercaste a mí con lentitud posando sobre mí cuerpo tu mirada y puedo decir que casi sentí como me tocabas el alma, me acariciaste muy suave, suave -sentí un escalofrío- diría que me saboreabas al tacto. Tu mirada, tus ojos me hacían el amor, tu mano al pasar sobre el ropaje que me vestía se sentía traspasar hasta mi cuerpo con un calor tibio y cariñoso ¡ay! Me estremecía de placer. Cada átomo que me forma, en ese momento vibró con energía, yo juraría que mi temblor lo sentías a través tu cariñosa mano. Diste vueltas a mi alrededor acariciándome el cuerpo con tanto gusto que esa bella sonrisa tuya, iluminaba todo el lugar mientras me observabas con atención, de repente diste un paso atrás y ladeando lentamente tu cabeza a un lado y luego al otro dijiste -me gusta, me lo llevo a casa- Te juro que si hubiera sido posible me habrías visto saltar de satisfacción. Sentí que mi cuerpo se hinchaba alerta, la respiración de mis átomos se entrecortaba de manera deliciosa, un cosquilleo corrió por cada tramo de lo que entonces había quedado de mí, un grito de placer inaudible para los humanos salió elevándose al infinito en una implosión difícil de narrar y poder ser exacto en la descripción de ese placer, sí lo sentí y llenó todo mi cuerpo haciéndome literalmente llegar al universo y rascar el brillo de las estrellas.
- Bueno, concluye y dime porqué me mordiste y cierras tus brazos.
- Mujer de mi vida, desde que te vi entrar aquel día y tocarme con tu mirada me enamoré perdidamente de ti. Cuando me trajiste a casa me sentía feliz, no cabía en mi propio cuerpo. Pasado un tiempo, mi amor crecía si se puede un poco más cada día; tu aroma, ese que percibía siempre que te posabas entre mis brazos, me hacía perder el juicio. ¡Ay, no sabes cuánto, cuanto te he amado! Nadie en este mundo ha esperado por ti sin decir una palabra, sin un reclamo, sin esperar nada a cambio. Con el único placer de contar cada segundo pidiendo al cielo vinieras a mí.
- Entonces, ¿me puedes decir el porqué de tu reclamo ahora?
- Sí, no me importó que no vinieras a mi regazo desde hacía tiempo, ¡no!, tampoco que no me acariciaras de nuevo ni me miraras siquiera. Yo hubiera pasado mi vida y la tuya entera así, callado, solo viéndote entrar y salir, aspirando la estela que dejas al caminar, verte a lo lejos pasar horas tras la computadora sentada en aquella silla horrible que tienes frente al monitor o tumbarte en la cama a llorar por quien se fue, pero…
- Ah, hay un pero
- Sí lo hay, el día de ayer te escuché decir al teléfono que ¡me vendías porque querías cambiarme por otro!
Paty Rubio © 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

he aprendido a levitar

pasados los sesenta

en el vacío del sillón te pienso