Madre predice

 

Madre predice

De niña afirmaba que mi Madre podía adivinar cuando mentía con tan sólo ver mis ojos. Yo trataba de no mirarle. Imaginaba que su mirada vigilante cubría cada espacio de la casa; que ni el baño me salvaba. Si hacía alguna travesura y callaba ante la pregunta ¿Quién fue?, bastaba que moviera el dedo índice curveándolo hacia ella, indicando que me acercara sin discutir:

-Ven y déjame ver tus ojos.

Ella leía en mis ojos si yo mentía.  Cuando no, le sostenía la mirada con orgullo. Pocas veces hice el intento de no bajar la vista, siendo responsable, tratando de esconder, detrás de esa valentía, alguna falta cometida. Pero no pasaban más de tres segundos, para con culpa descender la mirada.

Al paso del tiempo mis hermanos y yo, supusimos que el sortilegio ya había caducado, y el ritual de “Mírame a los ojos” lo teníamos bajo control. Pero… ¡Zas! que llega un nuevo método de adivinación:

-Voy a escribir en trozos de papel el nombre de cada uno de ustedes, y encenderé una vela; pondré los papelitos alrededor y verán cómo se acerca a la llama el nombre del culpable; así que, si no quieren que la vela sea quien los descubra, y yo les ponga doble castigo, más vale que me digan quien fue- decía mi madre con tal seguridad que no había en el mundo quien lo pusiera en duda.

No sé bien si era más grande el temor al ritual de que fuera una vela, quien tuviera el poder de descubrirnos, o la amenaza de un doble castigo; pero antes de que ella la encendiera confesábamos; y se escuchaba el ”Yo fui”, con voz temblorosa.

Mi madre sí hacía magia.

Cuando por descuido me golpeaba con algún mueble o me caía, sólo le bastaba con poner su mano en la parte afectada diciendo las palabras mágicas de: “Sana, sana colita de…” y el dolor desaparecía.

También adivinaba. Si estábamos a punto de contraer algún mal, ella lo predecía con un “Te vas a enfermar”; y caíamos en cama. O sentenciaba “¡Bájate de ahí, que te vas a caer!”, un momento antes de que me cayera al suelo. Y también con el muchas veces escuchado “Deja eso que lo vas a

romper”; antes de que se dejara oír un ¡Crac!

En ocasiones exageraba sus sentencias y artes de pitonisa. Si nos veía jugando en el hermoso comedor que teníamos en casa, donde había una gran mesa rectangular de madera laqueada, con patas torneadas, misma que se protegía con un cristal biselado de media pulgada de espesor, rodeada de ocho hermosas sillas vestidas con tapiz de flores, mi madre decía:

-¡Al que rompa el cristal de la mesa por estar jugando donde no debe, lo mato a palos!

Una de esas ocasiones, mientras jugaba con mis hermanos a la casita que formábamos con las sillas, y unas sábanas, justo en el momento en que subí una de las sillas a la mesa, observé despavorida cómo corría una rajadura a lo largo del cristal. Irremediablemente me vi siendo golpeada con un palo hasta quedar muerta. No sabía bien qué o cómo era la muerte, sólo tenía siete años de edad; lo que entendía por experiencia, era el dolor de ser golpeada con la chancla o con el cinturón. Sentía la cabeza hervir, y estaba a punto de hacer

explosión con las imágenes mentales que me llegaban, no en balde había escuchado muchas veces la fatal sentencia.

Tengo que decir que mi Madre adivinó. Con solo ver el terror en mi rostro, supo que yo ya había muerto, pero de miedo. Y a un “muerto” ya no se le puede volver a matar, así que sólo me mandó a dormir sin cenar. Temblando me fui a la cama como único castigo.

Al día siguiente amanecí con mucha fiebre, y sorprendida por no haber “¡muerto a palos!”. El doctor Valencia, médico de la familia, a quien mi madre llamó preocupada, después de revisarme y escuchar lo sucedido la tarde anterior, y mientras yo lo miraba con los ojos más abiertos que de costumbre, dijo que la fiebre había sido ocasionada por el susto tan grande que me había llevado.

Me palmeó el hombro sonriendo y salió. Días después todos reían por lo sucedido, menos yo.

Lo que Madre nunca pudo descubrir, con su magia y don premonitorio, fue el estado de ánimo que se me fue estacionando en los huesos y me trajo siempre y me ha traído: entre tristeza y alegría.

Paty Rubio ©®



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