Destemple

Destemple
A Epifanía el tiempo le escurría por el cuerpo, como si las horas que iban pasando, corrieran sobre su piel cual cera derretida. El humo de los recuerdos le hacía llorar los ojos, y le escocía el rostro, dejando una huella como esa que deja el paso de los caracoles.
El ser que habitaba en las cavidades de su corazón, se había marchado sin decir ni una palabra. Ese fatídico día, a Epifanía la marcó a fuego, y sus alas se fueron desplumando, desde ese preciso instante. Los vuelos a los que estaba acostumbrada habían terminado. Además del desplume, la piel se le iba secando y creaba escamas que caían en: los pisos, la cama, los sillones, a donde quiera que ella pasará o se detuviera a descansar. Así que, al paso de su andar estas, crujían como lo hacían las hojas secas, caídas en el otoño cuando eran abatidas con el peso del caminante.
Casi sin darse cuenta, la vida se le fue yendo poco a poco, con las recalcitrantes preguntas que le horadaban la cabeza.  ¿Qué fue lo que hice mal?  ¿Lo amé demasiado y mi amor lo rebasó? ¿No le fueron suficientes los suspiros que le arrancó a mi garganta cuando hacíamos el amor? 
A Epifanía, definitivamente se le fue apagando la vida mientras esperaba la respuesta a sus preguntas, mismas que nunca llegaron. 
Un día cualquiera, después de mucho tiempo su pasado regresó a casa y al abrir la puerta, éste la encontró sobre la cama: seca, resquebrajada como el tronco de un milenario árbol, la casa inundada de sal y lo que parecían ser hojas secas.
Paty Rubio ©®

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