Perdida
Lázara no se hizo puta
por dinero, tampoco porque le gustara coger. Fue porque en cada hombre buscaba
el aroma y contacto que encontró y perdió cuando era una adolescente. El
principio comenzó en el tren a Chihuahua
La tía Juana pasó por
ella, para que la acompañara de visita con los abuelos. Como Lázara vivía sola
con su padre, éste, al llegar su cuñada por la niña, vio la oportunidad de
tener un día sin preocuparse por llegar temprano a casa, y dio el permiso sin
objetar. Los abuelos vivían en Juárez. Y ellas se quedarían allá el fin de
semana.
Su tía era una
solterona de veintiséis años, morena, cabello largo y oscuro, de ojos pequeños.
Amaba a su sobrina y se preocupaba por ella.
Apenas tenía la edad en
que se casó su madre; trece años. Era de ojos grandes y hermosos, pestañas
largas y rizadas. Las pupilas semejaban dos enormes gotas de miel clarísimas.
Su boca era de un tono rosado tan intenso, que cualquiera juraría que siempre
usaba lápiz labial. Llevaba un vestido de fresca popelina, talle ajustado que,
dejaba notar la apabullante turgencia de unos senos más grandes de lo que ella
hubiera deseado. La falda del vestido tenía un vuelo circular que al sentarse
dejaba ver sus piernas. La mirada de jóvenes y no tan jóvenes la seguía a donde
fuera.
Camino a la estación
del tren Juana le hablo sobre los cambios que se le venían, le dijo “que no
tardaba en padecer la regla”. Lo que Lázara no comprendía era, el ¿por qué? de
la humedad que manaba entre sus piernas; estimulando en su cuerpo que se
sintiera en llamas. Lo que la motivó a esconderse con deseo. Se encerraba en el
baño para buscar y explorar la naciente calidez. Nadie, ni la tía y mucho menos
su padre, hablaba al respecto, por lo que llegó a creer que algo estaba mal en
ella; llegó a sentir culpa.
Aquel día en el tren,
con el traqueteo en las vías, Lázara se sintió inquieta. Se puso de pie
diciéndole a Juana que necesitaba ir al baño.
- Ve, ten cuidado y no
tardes.
Antes de llegar al
baño, pasó por un vagón donde sólo había camarotes. Se detuvo curiosa en uno
que tenía la puerta abierta. Adentro vio a un joven; viajaba solo y la invitó a
pasar. A Lázara no le pareció mal y aceptó. Entró cerrando la puerta y él le
pidió que se sentara. Señalando con la palma, el asiento a un lado de donde
estaba sentado. Ella se lo hizo distraída, viendo el magazín que el joven
llevaba en las manos.
-Me llamo Jacinto ¿con
quién viajas?
-Con mi tía, vamos a
visitar a los abuelos
- ¿Cómo te llamas tú y
cuántos años tienes? – puso la mano en la pierna de la adolescente
-Trece ¿y tú?
-Acabo de cumplir
dieciséis
Ella sintió como
hormigas corriendo en su espalda, al percibir la calidez de la mano del
muchacho, quien descuidado movía con suavidad en la parte del muslo, que la
falda dejaba al descubierto.
Jacinto, no pudo menos
que sentir aquello que Lázara desprendía sin darse cuenta. Le acarició con el
dorso de la mano. Ella se cimbró, pero no dijo nada para evitar que el chico
cesara la caricia. Al darse cuenta del abandono de Lázara a su tacto, siguió acariciándole
la pierna, pero ahora y se atrevió a meter la mano bajo la falda de la
chiquilla. Con suavidad le abrió las piernas y con un toque apenas perceptible,
acarició su vulva, sus dedos rozaban sobre la entrepierna de algodón de los
calzones. Ella cerró los ojos sumida en el placer. Al no sentir rechazo,
Jacinto, continuó con el toque suave y delicado, la respiración de ella empezó
a ser apresurada, y el chico metió dos dedos bajo el calzón de Lázara, tocó el
clítoris completamente mojado. Ella lanzó un gemido que él ahogó con la otra
mano, supliéndola casi de inmediato con un prolongado beso mientras seguía
jugando con el movimiento sus dedos. Lázara estremeciéndose, sintió que se
moría y terminó llorando.
- ¿Te hice daño?
-No- respondió Lázara-
lloro de felicidad.
Se quedó un momento
sentada junto al joven, mientras guardaba hasta el último detalle. El aroma que
emanaba, la suavidad del beso y el toque enervante en su entrepierna; quedaron
para siempre en sus recuerdos
Llegó el momento de
regresar con su tía. Lázara se levantó, caminó despacio sin decir nada y salió
del camarote.
Pasaron los años. Nadie
supo por qué se hizo puta. Ella sí, buscaba en cada hombre a su Jacinto.
Paty Rubio ©®
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