El velo de la noche/Paty Rubio



El velo de la noche

La noche le cubrió la vida. Nadie sabe la razón, ni cuánto tiempo había pasado, ni desde cuándo tomó la decisión de vivir en el ostracismo, y vestir de noche cerrada. Jamás supe su nombre, tampoco creo que alguien lo conociera en el barrio; lo habría escuchado en boca de algún vecino.

Lo cierto es que, en el barrio, desde que éste tenía memoria, se la vio deambular por las calles. Vestida de negro, desde el cuello hasta los tobillos, cubriendo su rostro con un velo nocturno. Siempre caminó erguida, como una diosa… eso sí, por debajo de la banqueta, quizás por el afán de no rozar con ningún transeúnte.

Entre lo semitransparente del velo negro, que se elevaba como alas a causa del viento, y cubría su rostro, como su cabeza, que le llegaba casi hasta la cintura sin dejar nunca, nunca que fuera descubierta a la luz… su belleza; se podían adivinar los finos rasgos de una mujer muy hermosa. Al trasluz cuando pasaba frente a mí, lograba apenitas descubrir su hermoso perfil: nariz fina, semi respingada, ojos grandes con largas pestañas y unos labios carnosos que, por desgracia, no sonreían. Tenía un cuerpo delgado, pero con redondeces; una imagen que nos hablaba desde el mutismo… de una divinidad cubierta de noche.

Sólo los más sensibles deben de haber sido capaces de escuchar la historia, de una vida que se vio obligada a esconderse tras esa oscuridad. Pero de igual forma guardaban silencio.

Recuerdo que cuando corría con la suerte de verla pasar, me quedaba observándola como hipnotizada. ¡Quería saber por qué vestía de esa manera! Mi imaginación me llevaba por cientos de vericuetos tratando de tejer su historia, desde el velo negro hacia atrás en el tiempo, como si quisiera leer un libro partiendo del final, hacia el principio, y me sumergía, perdida entre callejones que no me llevaban a ningún lado. A menos de eso y nada, me regresaba invariablemente a la imagen vívida de una diosa vestida de noche.

Era cuidadosa en su limpieza, lo sé, porque al pasar dejaba una estela… a jabón de lirio, que yo respiraba hasta llenar mis pulmones. Sus pies, eran limpios, estilizados y de uñas recortadas que se me antojaba acariciar.  Apenas estaban cubiertos con las tiras de un par de sandalias. Era la única parte del cuerpo, en que se dejaba ver una piel, de un rosado muy claro, tanto que dejaba ver el entramado de venas azules.

Yo sabía dónde vivía y pasaba por su casa, cada vez que me era posible, a pesar del temor que me provocaba caminar frente a su puerta. El temor era por tanta incógnita en mi cabeza. Su casa estaba a solo una cuadra de la de mi abuela. Confieso que, en mi torpeza, al pasar junto a su portón y ventana; la que estaba cubierta con gruesas cortinas que impedían ver hacia adentro, sentía escalofrío y casi me atrevo a jurar que… ella me espiaba al pasar. En el barrio la llamaban la loca de negro. Los chiquillos del vecindario, huían asustados cuando pasaba Yo en cambio la veía… embelesada.

La verdad es que me enamoraba la sola idea de poder abrazarla y acariciar su hermoso rostro. Era el deseo de una niña por aliviar la soledad que yo percibía y que imaginaba debería ser intolerante para la Diosa de negro.

Nunca supe la razón que tuvo para que la noche le cubriera la vida, ni cuando dejó de existir para los demás. Salí de la ciudad, al cambiar la residencia de mis padres hacia la provincia. No puedo olvidar que, en aquellos años, a pesar de mi corta edad, siempre fantaseé, con darle mi amor.            

Paty Rubio ©®

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