A ras
A ras
-Un año tres meses
Se le escuchó decir con
un suspiro, para marcar el tiempo que había pasado con la vida detenida.
-Ya sé, pasó la
primavera, el verano, el otoño y el invierno, ahora estamos de nuevo en tiempos
de verano, el silencio se quedó estacionado en los rincones y el cielorraso, haga
frío o calor. El tiempo que se detuvo aquí ha logrado que el aire huela a
rancio.
-¿Será que aún respira?
Le pregunta el sillón
abandonado junto a la puerta de entrada a la sala, mientras conversaba con la
silla situada frente a la computadora.
La conversación la
iniciaron porque ella, la mujer que ahí habitaba, aun no bajaba de su recamara
y ya eran las 12 del mediodía, se encontraban verdaderamente preocupados y extrañados.
La mujer de la casa que,
a pesar de su edad, siempre había acostumbrado llevar una vida de muchos ires y
venires, de múltiples reuniones con los amigos y noches de bohemia, donde
corría a discreción el vino tinto y el humo de carrujos. Ella sea como sea y
aunque la noche hubiera sido larga, acostumbraba a levantarse a eso de las
siete de la mañana. Hora en que tenía que tomar los medicamentos prescritos por
el cardiólogo que la atendía desde hacía varios años. Igual le costaba mucho
conciliar el sueño, ya estaba acostumbrada a dormir un máximo de tres horas por
noche.
Este día los habitantes
de la ciudad sufrían el calor del verano, y en la casa, con todo cerrado bajo
siete candados, con más razón se encerraba y se tornaba punto menos que
insoportable el calor, cual si fuera un horno o asador.
Por las noches Ella
tenía por costumbre que puertas y ventanas fueran atrancadas herméticamente,
tapaba hasta las rendijas con papel periódico que doblaba cuidadosamente para
formar bloques que impidieran la entrada hasta del aire o diminutos insectos.
Ella tenía muchos años
viviendo sola y esa era su costumbre. En alguna ocasión los enseres y muebles
de la casa, le escucharon decir que así reducía el escándalo de afuera y que le
costaba más trabajo poder dormir esas dos o tres horas.
-Cómo extraño esos
veranos en los que Ella se levantaba para salir a caminar antes de las siete,
regresando sudada y con hambre; toda la casa se colmaba de aromas ya sea del
picor de unos sabrosos chilaquiles, del café y jugo de naranja recién exprimido… en fin, de tantos más. También se echa de
menos verla salir por las tardes con una toalla bajo el brazo, ya que indirectamente
nos informaba que iría camino a la playa a darse un chapuzón que la refrescara.
Dijo la mesa en la
cocina, metiéndose en la conversación que escuchaba y le llegaba desde la sala.
Nada de lo que estaba
dentro de la casa podía saber que el encierro se debía a que las salidas de
casa se habían hecho peligrosas, debido a un virus que estaba matando mucha
gente. Tampoco podían saber que las playas estaban cerradas para evitar la
aglomeración de personas.
-Shhhhh shhhh ¡Cállense!
La escalera silenció
con una imperiosa orden.
-Con tanta alharaca
nadie se ha dado cuenta de que la cama estuvo dando voces de auxilio desde hace
muchas horas, para avisar que Ella lleva mucho tiempo tirada a ras del piso y se
ve que ya no respira. Se colapsó antes de poder ponerse las pantuflas que
estaban junto a la cama como de costumbre.
Paty Rubio ©®
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