Empacho

 Eran las diez de la noche. Natalia estaba disponiéndose para ir a la cama. Oyó que tocaron a la puerta. Se quedó expectante, estaba a punto de quitarse la ropa, pero puso atención a lo que sucedía mientras su madre atendía a quien llamaba, escuchó: -¡Natalia te buscan!- dicho con voz de enfado. Oyó la carrera de pasos subiendo la escalera, antes de que ella pudiera salir de su recámara. Era su madre, que con gran preocupación pintada en su semblante y tomando aliento le dijo: -Naty por lo que más quieras no te metas en problemas. Es un hombre humilde que trae a un niño muy enfermo. No te arriesgues, no se vaya a morir en tus manos y te culpen a ti. La criatura viene desfallecida, en un bulto, no se mueve. A Natalia se le hizo un nudo en la garganta y el estómago. Siempre había estado segura que era su misión ayudar, y esa no sería la excepción, pensó antes siquiera de mirar a la criatura. -Madre, no te preocupes, tu vete a la cama. Voy a ver qué puedo hacer -Pero Naty… Natalia se puso un dedo en la boca, indicándole a su madre que guardara silencio. Bajó la escalera. Y abrió la puerta que su madre había cerrado, dejando al visitante afuera. Se encontró en efecto, con un hombre bastante humilde, llevaba en brazos un bulto. Ella sin decir palabra, levantó un poco la roída manta que lo cubría, y vio el rostro de un pequeño de unos cuatro años. Tenía una tez verdosa como aceituna, grandes ojeras, unas cuencas oscuras con los ojos casi hundidos. Le tomó la mano por la muñeca entre su índice y pulgar, bien hubieran cabido las dos juntas. La boca del pequeño tenía una costra blanquecina, que le indicaba la deshidratación que el chiquillo tenía. A Natalia se le anudaron las tripas, pero mostró una aparente tranquilidad, intentando contagiársela al hombre, con voz serena habló. -Buenas noches señor, yo soy Natalia Reyes. Ya es muy tarde, usted dirá ¿en que puedo ayudarle? -Señito, gracias a su merced por atenderme. Me dijieron que sólo usted podía ayudarme y aliviar a mi criatura. Por su madrecita le pido que me lo atienda. El dotor del dispensario me dijo que ya no podía hacer nada, que me lo llevara pa’ la casa. Pero la doñita del puesto de la esquina, la que vende tamales en la calzada, me habló de usted y me dijo que se lo trajiera. Por su madrecita ¡Ayúdeme! Natalia sin pensar, lo hizo pasar por un pasillo, llegar a una habitación donde sólo había una mesa vieja, grande, de madera, un estante con sábanas blancas dobladas, una serie de retazos de manta de cielo blanquísimos, cuidadosamente doblados y acomodados. Un mueble con frascos de vidrio, llenos de tés variados, y otras sustancias; todo debidamente membretado. En una pared, junto a la ventana, estaba una tarja, en un cuenco de madera una serie de hojas de col. Sobre la tarja había una repisa con una figura de la Virgencita de Guadalupe y una veladora encendida. A un lado había una mesita con una hornilla de petróleo. Una garrafa con agua, y algunos pocillos. -Pase señor… -Me llamo Pedro Gómez pa’servirle señito y mi niño Juanito. -Bueno Pedro, ¿sabe usted leer? -Si señito terminé hasta tercer año. -Muy bien, será mi ayudante, yo le iré diciendo lo que debe hacer. Puso una sábana sobre la mesa, pidió a Pedro que desnudara al niño y lo acostara sobre la sábana. Mientras ella iba a la tarja a lavarse las manos, bajo la repisa de la Virgen se detuvo, hizo una oración y se persignó. Tomo del mueble un frasco con aceite de olivo, se acercó al niño que era casi puro hueso. Sus manos, volaban sobre el cuerpecito, mientras lo masajeaba -Pedro acérqueme lo que le voy a ir pidiendo: el frasco de manteca de unto, el pan puerco- ella pedía sin dejar de sobar a Juanito- ponga agua en un pocillo y una pisca de té de castilla con un cuarto de esa tablilla de chocolate, déjelo que hierva en la hornilla. Después póngalo a templar para que se lo pueda tomar el niño. Sus manos masajeaban a Juanito como si estuviera haciendo la mejor masa del mundo. Se detuvo en el vientre abultado de Juanito, poniendo la manteca de unto. Sus espigados dedos desaparecían en la piel del niño sobándolo en círculos. Lo tomó de los pies como a un recién nacido, lo sacudió boca abajo dando unas palmadas en las plantas de los pies. Lo devolvió a la mesa, pero ahora acostó al niño boca abajo. -Pedro, páseme tres lienzos de manta de cielo, después ponga dos hojas de col a tatemar en la hornilla y únteles un poco de pan puerco, una vez que lo haga me las acerca. Natalia tomó uno de los lienzos, lo extendió en la espalda de Juanito, a la altura de la cintura comenzó a manera de pellizco tomando la piel del niño bajo el lienzo, lo sacudía hasta escuchar como tronaba. Repitió lo mismo tres veces tres. Agarró las hojas de col preparadas, puso cada una en los pies del niño cubriendo cada pie con un lienzo a manera de calcetines. Lo sentó -Pedro dele a Juanito el té con chocolate y cúbralo bien. Va a sudar mucho. Esperó a que Juanito terminara el té y dijo. -Es todo lo que yo puedo hacer. Llévelo a casa bien cubierto, dele mucho líquido, nada de comida ni baño hasta que pasen tres días. Ya entonces le quita las coles y le da de comer cosas ligeras. Ahora todo está en manos de la Virgencita. -Gracias señito, no tengo con que pagarle -Ni yo le aceptaría ningún pago. Vaya con Dios. Pedro quiso besarle la mano, pero ella lo negó con amabilidad. Pedro salió con su pequeño en brazos y pensó que no los volvería a ver. Pasó una semana cuando al escuchar que tocaban la puerta, Natalia abrió. Reconoció a Pedro, pero no al niño que llevaba de la mano. Su merced le traje a Juanito pa'que le agradezca la vida que usted le salvó. Paty Rubio ©®

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