En vela

 


En vela

Ahí estaba, observándome escondido tras la cajonera de mi habitación. Por más cuidado que hizo para que no lo viera, y tomarme por sorpresa,  ¡vaya que lo alcancé a ver! Estaba vestido de un gélido azul profundo, tenía los ojos tan rojos, que semejaban las luces traseras de ¡alto! en un carro.  Me puso los pelos de punta.

Voltee a ver el reloj que se encontraba sobre la mesita de noche,  marcaba las tres con treinta de la mañana. Dicen por ahí, quesque  es la hora en que los muertos visitan a los  durmientes desprevenidos. Yo no sé si también tengan a bien visitarme, pero lo que si me queda claro es que ése intruso, que trataba de ocultarse para no ser visto, era tan asiduo que si alguna noche no llegaba, yo lo echaba de menos.

Se dio cuenta que ya lo había descubierto cuando comencé a hablar con él, levanté las sábanas de la cama, lo invité a entrar y a  unirse a mí en la recalcitrante frialdad que la puebla desde que tu no estás a mi lado.  

Moviendo la cabeza de un lado para otro, un tanto decepcionado, por no verme sorprendida o dolida, resignado se metió a la cama y me abrazó.  Un abrazo ya harto conocido. En tanto yo tomé mi tablett, para aprovechar esas horas de silencio y vigilia nocturna que nos regala el intruso insomnio.

Me serví una taza tibia de nostalgia, con dos cucharaditas de melancolía y me dispuse a escribir hasta ver llegar la salida del sol.

Paty Rubio ©®

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