Sacado de un recuerdo en donde les dejé probar la libertad a tres angelitos
Tuve una prima que ya
descansa en paz debido al cáncer que padeció. Cuando llegué a visitarla en su
casa, un departamento en los EU, me impactó cómo era éste, Te daba la sensación
de entrar a una revista donde cada habitación era impecable y no veías nada
fuera de lugar. Cada espacio era literalmente como dar vuelta a la hoja de la
revista y ver una magnífica fotografía.
Desde el momento en que
se abría la puerta para entrar, debías quitarte los zapatos para no pisar y
llegar a manchar esa maravillosa alfombra pachoncita de un color tan blanco
como el algodón de las nubes. Los sillones de la sala al entrar, perfectamente
distribuidos y cojines preciosos que hacían juego con ello, cada adorno, sin
dejar que se viera recargado de ninguna manera.
Mis sobrinos al entrar
a su casa, además de quitarse los zapatos, antes de tocar nada se limpiaban las
manitas con toallitas húmedas.
La habitación de las
niñas estaba rodeada de repisas en donde se veían acomodadas infinidad de
muñecas Barbie… sin que se notara que las hubieran usado para jugar, También había
una gran serie de las muñecas Cabbage patch, Todas sentadas en las repisas sin
ser tocadas. Pregunté a una de mis sobrinas si no jugaban con ellas y me
respondió que no, según me dijo en un momento dado, cuando su mamá, no la
escuchaba, que no lo tenían permitido, su mamá se las compraba, pero llegaban a
ponerlas en la repisa sin poder jugar con ellas. Eso me sorprendió desde luego. Todo en la recámara
de las niñas como el resto del departamento era orden y perfección.
Así cada habitación, el
baño también era una imagen de revista. Me indicó mi sobrina que después de
lavarme las manos debía secar el lavamanos y las llaves con la toallita que usé
para secarme y ponerla en el cesto que me señaló.
Me dijo que cuando se
peinaban debían dejar el cepillo acomodado como estaba y no debía quedar ni un
solo cabello porque su mamá se enojaba mucho.
Las niñas sentadas
correctamente en la sala, con el volante de su vestido bien acomodado, espalda
recta, piernas bien cerradas y manos en el regazo.
No puedo dejar de decir
que nos atendió de maravilla y se lo agradezco de corazón. Cada niña tenía ya
bien sabido lo que debía hacer, desde disponer en la mesa el servicio para
comer, sin aceptar ser ayudadas.
Al término de la
deliciosa comida, de igual manera, una de ellas levantaba todo lo usado en la
mesa, lavaban de inmediato los trastes, los secaban para guardarlos en su lugar
y dejaban de nuevo impecable el espacio. Pude ver otra vez que era la imagen de
una revista.
Yo solo la visité en su
casa una sola vez.
Ella venía a Ensenada y
siempre paraba en la casa de mi hermana mayor. Llegaba cargada con bolsas de
víveres y antojos. De igual manera, aunque en la casa de mi hermana no se tenía
esa costumbre, ella al entrar les limpiaba a las niñas las manos con toallitas
húmedas, y mis pequeñas sobrinas ya sabían por orden de mamá que no podían
andar correteando y permanecían sentaditas como en su casa.
Así fue durante algunos
años. Nunca me visitó a mí, ella llegaba con y sin avisar a la casa de mi
hermana mayor. Algunas veces se quedaba tres días o poco más, hasta que en una
ocasión llegó y se quedó por tres meses.
En esa ocasión ya venía
con dos hijos más, de cuando le hice aquella visita en los EU.
A los tres meses de su
estancia en la casa de mi hermana, me sorprendió verla llegar a mi casa con las
tres niñas. El niño mayor no había venido con ella. Así que traía a las tres
niñas y el pequeño que también era hombrecito.
-
Paty, Tengo que ir a EU por
unos tres días más o menos, pero solo con el niño, y como mi prima (mi hermana
mayor) trabaja, quiero pedirte si te puedo dejar a las tres niñas. Ellas saben
comportarse.
-
Desde luego, no te preocupes
aquí déjalas confiada.
-
Que la mayor le desenrede el
cabello a la pequeña cuando se bañe, porque llora mucho cuando se le peina.
-
No te preocupes
Las niñas junto conmigo,
desde el patio se despidieron de su mamá. Una vez que se fue el carro, les dije
animada:
-
Vamos hijas
Y
entramos a la casa. Vi su carita de sorpresa y la mayorcita me dijo:
-
¿Tía aquí vives tú?
-
Si mija. ¿Por qué te
sorprendes? Ya sé que ustedes solo conocen la casa de la tía Lalis.
-
¡Tía es que está preciosa!
Parece casa de muñecas.
-
Gracias mija, que bueno que
les guste. Aquí yo tengo otras reglas: Pueden jugar, correr, hacer lo que
quieran, ver la televisión. No las quiero sentadas como maniquí de aparador. Pueden
subirse al sillón como quieran sentadas o acostadas, solo hay una restricción,
si quieren subir los pies para pararse en el sillón, solo entonces se quitan
los zapatos.
Les dije que las
comidas yo las preparaba, que se sintieran completamente libres para jugar y
hacer.
En ese entonces yo
mandé a hacer unos cajones de madera como si fueran huacales de fruta y los usé
como módulos que podía mover o usar de diversas maneras. En el centro de la
sala había uno de ellos que era el doble de tamaño a los cuadrados y que hacía
las veces de mesa de centro, solo cubierto con un rebozo colorido a modo de
carpeta. Lo puesto en ella como adorno, eran vasijas de barro con piedras y
conchas que yo había colectado en la playa una maceta con planta millonaria.
La televisión, el
aparato modular de audio y sus bocinas, libros, más piedras, conchas y alguna
otra maceta, estaban en los huacales que mandé a hacer uno sobre de otro a mi
capricho para poder ser usados como lo necesitaba. y como carpetas mantelillos
individuales coloridos igualmente.
En fin, que mis
sobrinas estaban felices. La mayor me dijo:
-
¿Tía puedo barrer?
-
Mija aquí no tienes la
obligación de barrer, yo lo hago.
-
No tía es que me gusta sentir
toda tu casa como casita de muñecas.
El caso es que se ponía
feliz a barrer varias veces en el día escuchando música y tarareando. Ella es
mi sobrina Ayesha.
Yesenia y Yerica la
pequeña, felices con los pies sobre el sillón o paraditas en él, o acostadas o
sentadas. Yo feliz de ver su libertad. Y ellas no se diga, se sentían y veían
felices también.
Después del baño yo le
desenredé el cabello a Yerica sin escuchar un quejido.
Así pasaron cinco días.
Hasta que regresó mi prima por ellas, para irse a la casa de mi hermana la
mayor. Las niñas le pidieron que, si podían quedarse más conmigo, la mayor volteó
a verme esperanzada cuando yo le dije a mi prima que si aún iba a permanecer
más tiempo aquí, yo estaría feliz con ellas en mi casa. Las niñas insistieron
con su mamá una vez más, pero no fue solo la voz de mi prima diciendo que no,
que fueran por sus cosas y se subieran al carro, sino que su gesto y mirada fue
iracundo y demandante.
Las niñas entraron por
sus cosas y se fueron llorando en silencio. Yo las abracé y les dije. No se
preocupen espero que su mami otro día las traiga de nuevo y puedan quedarse
otra vez conmigo.
Mi prima solo esperaba
con la puerta del carro abierta y me dijo: gracias subiéndose y se fueron. Yo
me quedé con un nudo en la garganta al ver el dolor de mis sobrinas por dejar
mi casa y esta libertad que les di.
Mi prima regresó a la
casa de mi hermana y todavía se quedaron poco más de un mes antes de regresar a
los EU. Regresó periódicamente de vez en cuando, pero a la casa de mi hermana,
a mi casa nunca volvió y por consiguiente nunca les permitió a mis sobrinas
regresar a mi casa, aunque yo se lo llegué a pedir.
Paty Rubio recordando un trocito de vivencia.
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