Comida en la casa de la güera

 


Comida en la casa de la güera

Por allá, un día de 1980, fui, junto con un grupo de amigas a comer a la casa de una amiga, compañera de trabajo.

Ella vivía en un departamento de la colonia Peralvillo de la ciudad de México. 

Yo apenas y comí algo de lo que “La güera”, nos tenía preparado, arroz con mole y una pierna de pollo.  

Recuerdo que tomé una cerveza, y sentí necesidad de ir al baño.

Era un departamento pequeño y ella tenía en el baño el lavadero con pileta tradicional de piedra, donde se lavaba la ropa.

Una vez cumplida mi necesidad de micción, cuando me dispuse a lavar mis manos, en ese lavadero, ya que no había lavamanos, sentí ganas de vomitar. 

Decidí que ahí lo haría, vi que la pileta estaba llena de agua limpia, al igual que el lavadero. Tomé en mis manos el cuenco que estaba en la pileta y lo llené de agua. Volqué mi estómago en el lavadero y me dispuse a dejar que corriera al desagüe con el agua del cuenco… antes de hacerlo, con inmensa sorpresa vi lo que había vomitado. ¡Eran unas florecitas blancas, diminutas en racimos de tres!

 Fue tal mi sorpresa qué, entre la negación de algo que no tenía respuesta en mi mente, no podía estar concentrada en la reunión al no encontrar respuesta sobre el por qué había salido eso de mi estómago… tres ramitos enteros y diminutos, con tres florecillas blancas cada uno, de cinco pétalos diminutos cada florecita.

Casi en histeria arrojé sobre el lavadero varias cargas de agua con el cuenco. Como posesa con sorpresa y temor de lo que no conocía.

Por más que mi mente trataba de darme una respuesta, en ese "sin sentido", y con una confusión total. 

No encontré respuesta. Para mí, la lógica me decía que debería haber depuesto lo recién comido, no esas florecillas sin desgaste gástrico, ¡Enteras!

Salí del baño y me reuní con mis amigas en un estado de confusión tremendo. Yo parecía autómata, sin decir nada de lo sucedido, sin hablar, ya que mi mente seguía perdida tratando de obtener una respuesta a lo que me había sucedido.

Pasaron unas horas, dos horas a lo sumo, ya ni recuerdo cuanto tiempo fue.

Nos despedimos para vernos al día siguiente en el trabajo.

Hasta el día de hoy no sé qué fue lo que me pasó o porqué. No sé cómo interpretarlo. Solo sé que lo viví de cierto, aunque a los ojos de los demás sea algo inverosímil.

Paty Rubio experimentando algo sin respuesta.

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