Más de una
Más de una
Al entrar en mi
habitación la encontré a la orilla de la cama. Como de costumbre, lloraba como
una Magdalena. Sentada, codos en las rodillas con las manos sosteniéndose el
rostro, y lágrimas cayendo al piso, donde se formaba un enorme charco de aguada
sal amarga.
Enojada le grité que ya
estaba harta de verla en ese estado.
-Te he dicho mil veces
mil, que detesto encontrarte llorando, ya no soporto oír el estruendo de granos
de sal que revientan bajo mis pies, o paras ese estúpido lloriqueo, o me largo
para siempre.
La plañidera volteó a
mirarme sorprendida, con ojos enrojecidos y trabajosamente abiertos debido a la
inflamación causada por el llanto, secándose las lágrimas del rostro con el
dorso, dijo con voz entrecortada:
-A donde quiera que tú
vayas, ahí estaré yo. Es injusto que me acuses, que reniegues de mi llanto. Yo
derramo la sal de tus ojos mientras tú llevas una máscara sonriente, como si la
sonrisa dijera que aquí no pasa nada. Sabes bien que somos una. Yo no te pedí
estar aquí. No disfruto del dolor y de ser yo quien se quede en cama llorando
tus desventuras con este dolor en el pecho, y cubierta de nubarrones grises.
Mientras tú muy cómoda te desdoblas, me dejas a mí en este pantano y te sales
de nuestro cuerpo. Me abandonas en un llanto profundo y desesperanza y te vas a
fingir por el mundo que no existo.
Reconozco que me hizo
sentir culpable, y también tomé conciencia de la situación. Pero no podía hacer
otra cosa más que, evadir de esa manera la tristeza crónica que me aquejaba,
Juro que todo era un recurso de puro y llano instinto de sobrevivencia. Así
que, la abracé y la fundí conmigo, pero no sin antes ofrecerle una disculpa y
decir que aceptaba mi responsabilidad, aunque no le podía prometer que se iba a
terminar. Yo tenía que hacer lo posible para continuar viva, y esa separación
era la única forma de lograrlo.
Paty Rubio ©®
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