Cuando te toca, aunque te hagas de lado

 

Cuando te toca, aunque te hagas de lado

Hace muchos años, por favor no pregunten cuántos, por aquello de la vanidad femenina, pues quedaría al descubierto mi edad.

De niña tuve contacto con un vaso de cristal, que se negó a morir cuando debía de hacerlo según las circunstancias.

Resulta que uno de aquellos años y en un determinado día, hubo una pequeña reunión familiar en casa.

Se convivía en familia y los niños nos dedicábamos a jugar como estaba establecido en pequeños de nuestra edad, mientras los adultos conversaban antes de los alimentos, y en ese inter tomaban alguna de las bebidas existentes.

Debo recordarles que mi familia habitaba un departamento grande en la planta alta. Misma que constaba de una enorme sala, un gran baño con tina y como era menester en aquellos años, dos grandes recamaras con closet de puerta.

Las recamaras eran tan espaciosas, que bien cabían tres camas matrimoniales y una cuna infantil.

Un gran comedor y cocina, así como una zotehuela que gracias una escalera, que también tiene historia y que conducía a una azotea común con los demás departamentos, en donde además de los tinacos de cada apartamento como correspondiera, también tenía una serie de lavaderos con su pileta respectiva y los tendederos correspondientes.

Y cuando era el día de lavado lucían el espectáculo maravilloso con una serie de ropas danzando al ritmo de los aires circundantes.

Con toda modestia y sin afán de ser prepotente, debo confesar que el departamento que habitábamos era el único de ese gran espacio y con zotehuela personal. Nosotros no usábamos los lavaderos de la azotea pues teníamos uno propio con el que contaba el nuestro.

Aquí les digo que sería otra historia la guardada. Pero regresando a la historia que deseo contar por ahora, las dejaré para una próxima ocasión.

Así que retomo esa reunión y el vaso del misterio.

Mi casa-departamento tenía un amplio pasillo de entrada y grandes ventanales al derredor que dejaban al descubierto la escalera común, también de metal que conectaba al resto de los demás: cuatro departamentos: tres de la planta baja y otro junto al de nosotros en la planta alta pero mucho más pequeño.

Algún miembro de mi familia, conversaba asomando a la ventana abierta del pasillo, con una “cuba” en mano cada uno.

En la plática, a uno de ellos se le cayó el vaso de cristal, y llegó a la planta baja, al borde en donde comenzaba la escalera qué, también tiene su historia muy particular entre mis historias fantasmagóricas y de terror infantil.

Y… ¡Oh sorpresa! Lejos de lo natural, después de una caída desde un segundo piso, el vaso de cristal quedó entero y sin una sola cuarteadura.

Uno de nosotros bajó por el vaso de por medio con la orden de hacerlo. No creo haber sido yo, ya que solo ver el oscuro recoveco que conducía a los departamentos inferiores, me provocaba un tremendo espanto qué, literalmente me paralizaba.

Pasaron algunos días, pero todos y cada uno teníamos bien ubicado el vaso en cuestión, quien se había negado a morir en esa épica caída libre.

Un día cualquiera, en donde uno u otro de mis hermanos, nos negábamos a tomar agua en él a la hora de las comidas, cuando se trataba del vaso que se negó a morir cuando debió hacerlo, a quien le tocó en turno ese día, le sucedió que al querer tomar agua en él, solo tratando de tomarlo, sin medir su distancia, ocasionó que éste se volcara suavemente en la mesa… ¡El vaso se hizo completamente añicos!

Dejando entre nosotros, los comensales una tremenda impresión. Pues no podíamos dar crédito a lo sucedido… ¿Cómo si había sobrevivido a una caída de un segundo piso?

Al día de hoy, después de muchos, muchos años, sigo sin encontrar respuesta. ¡¿Cómo, si cuando lavo trastes, con solo chocar algún vaso, copa o plato con la llave del trastero… éste se rompe?!

Situaciones que me llevan en un remolino de recuerdos, de regreso a recordar ese vaso que se negó a morir en una caída libre de dos pisos.

Paty Rubio ©®


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