Mi árbol y yo


MI árbol y yo
Epígrafe: “El patio de mi casa es particular, si llueve se moja como los demás” Ronda de juego infantil

Ayer me habló el patio de mi casa, y me di cuenta que ha pasado mucho, mucho, mucho tiempo ¡tanto que se quedó dormido en el recuerdo! 
Vi la extensión cementada con el descuido de cajas por aquí y acullá, entre las grietas del cemento, dispersa una que otra cizaña que luchaba por emerger, y en los oscuros rincones y esquinas, la temida telaraña de más de tres ponzoñosas, viuda negra. Pero el patio no sólo me habló de descuido y abandono, también escuché saliendo de sus entrañas, el añejo correteo grabado, de piecitos diminutos, como también la carrera de cochecitos y el rebote de la pelota. Todo era acompañado de la alegre risa infantil de mis hijos cuando eran pequeños, ya hace años-añales. 
Hoy mi patio padece la dolencia de un silencio sepulcral, que me pudo mucho. Sin importar el estruendo del ruido fuera de la barda que lo custodia. Así como se dejó oír el carro de mi vecina, encendiendo para calentar motor y poder salir al trabajo. Pude escuchar los gritos de chiquillos corriendo a la escuela, acompañados con el regaño de quien supuse sería su mamá - Apúrate escuincle que ya se nos hizo tarde. Y ya verás cuando llegue tu papá, te dijo anoche que hicieras la tarea, ¡ah, pero tú haciéndola a estas horas! - seguido del ¡zas! que se deja escuchar al dar un manazo. No faltó el ¿piii piii! del claxon apurado algún automovilista enojado. 
Pero mi patio permanece silencioso y sepulcral.
Yo no sé a quién le ha pasado lo mismo que a mí me sucede hoy. Pero me doy cuenta, y sin ser bióloga estudiada, que mi casa es parecida a un árbol. Lo supe al abrir la puerta para entrar a la casa, y ver una serie de anillos unido uno tras otro, que narraban la historia de todo lo que ahí se ha vivido.
No pude menos que notar el abandono que está guardado en las paredes, y que, al paso del tiempo, se mide la vida por los anillos que se van creando. En ellos está grabado todo, cada uno de los instantes y vicisitudes que mis hijos y yo hemos pasamos a través de los años. Lo cierto es que en el ajetreo diario no nos damos cuenta, no somos conscientes de lo que se queda plasmado, tal como si fuera una película en, unos rollos tras otros, que se van haciendo aros, y llevan la vida de los habitantes durante el transcurso de tiempo. 
Mi casa tiene anillos que van desde luminosos y llenos de la música, que representa la alegría y la risa de infantes que juegan al abrigo de la inocencia. Como otros oscuros, repletos de miedo y carencia, de enojo sin contener, de gritos y pleitos. Desde aquellas peleas infantiles, hasta la discrepancia impetuosa de adultos. Están los aros de sal lacrimosa que se ha petrificado, ellas corean a voces melancólicas, el llanto y la tristeza crónica que siempre me ha aquejado, y de la que me confieso completamente responsable. Porque la de las lágrimas de mis hijos, mientras fueron infantes, es una sal con cierto brillo de chantaje cariñoso, y de color azul tierno. Antes de que me hablaran las lágrimas más densas, pude reconocer, que iban de la mano de algunos visos rosados, y las escuché recordarme que estaban ahí, por las veces en que, en nombre del amor que le tengo a mis nacidos, me uní al dolor de uno u otro de mis pequeños, en la soledad de mi cama y la privacidad de una habitación, como cuando ya sin ser pequeños, lloraron la amargura de experimentar el desconsuelo de alguna ruptura de noviazgo, o de una pérdida importante. Dolorosa por partida doble para mí, en esas ocasiones en que traté de consolarles, inflamada con la pena del amor que les tengo. 
Algunos me dejaron revivir el recuerdo, al ver la huella de zapatitos, zapatos y zapatones. Otros me pusieron una sonrisa abierta que nacía desde el puritito centro de mi corazón. Escuché sus risas, sus demandas de atención, y me vi corriendo de un lado al otro como loca cuando estaban enfermos. Tratando de bajar la fiebre con paños helados o baños completos, O como ese fatídico día en que al mayorcito se le derramó agua hirviendo en la pierna, quemándole severamente y yo de un lado a otro subiendo y bajando las escalaras, momento que no tengo claro, pero así fue descrito más tarde por mi madre.
Oí cuentos de hadas y canciones, que surgían cuando de entretenerlos se trataba. Sentí una profunda pena cuando escuché mis gritos de regaño por sus travesuras, y allá más afuera, en el aro que aún se está formando, me encontré en el trato con mi nieta, con una tolerancia y paciencia exacerbada. Le pedí perdón a mis hijos por aquellos regaños, pero una voz me dijo que yo simplemente había cumplido con mi papel de padre-madre, y que era muy diferente al de ser abuela.
Vi anillos formados, por un cuerpo tan etéreo, que me resultaron increíbles, aunque contundentes y tan importantes como los otros. Esos estaban formados por todos los sueños, ilusiones y planes de cada uno de mis hijos y míos, también por tanta vez que hacía oración que elevaba al cielo, cuando pedí por su protección a todos los ángeles y arcángeles de la hueste celestial, así como a mi Dios Padre Todopoderoso. 
Tengo que ser sincera, y decir que el anillo más reciente que aún no se petrifica, se está formando por telarañas, abandono y olvido ¡dejadez extrema! Aunque hay un aire que destella, y hoy sé que debo poner más empeño en levantarme del olvido. Sólo tengo que dejar, los que son como yunques y me lastiman con enjundias y falsedades. 
Me doy cuenta que en los últimos seis años, lo que me ha ayudado mucho a seguir adelante son, los anillos formados por un infinito muro de letras encadenadas, que sin importar si son tristes, saladas, dulces o cachondas, me han apoyado a liberar toxinas mentales y mantener a raya mis demonios, y han enriquecido mi vida, al crear una catarsis maravillosa que me viene salvando todo este tiempo.
Así es, nada se queda en el limbo, todo se escribe en los anillos que se van formando en la vida de la casa que, en realidad es lo que ha formado el tronco de mi árbol.
Paty Rubio ©®

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