Perdida Lázara no se hizo puta por dinero, tampoco porque le gustara coger. Fue porque en cada hombre buscaba el aroma y contacto que encontró y perdió cuando era una adolescente. Todo empezó en el tren a Chihuahua La tía Juana pasó por ella para que la acompañara de visita con los abuelos. Como Lázara vivía sola con su padre, éste, al llegar su cuñada por la niña, vio la oportunidad de tener un día sin preocuparse por llegar temprano a casa, y dio el permiso sin objetar. Los abuelos vivían en Juárez. Y ellas se quedarían allá el fin de semana. Su tía era una solterona de treinta años, morena, cabello largo y oscuro, de ojos pequeños. Amaba a su sobrina y se preocupaba por ella. Apenas tenía la edad en que se casó su madre; trece años. Era de ojos grandes y hermosos, pestañas largas y rizadas. Las pupilas semejaban dos enormes gotas de miel clarísima. Su boca era de un tono rosado tan intenso, que cualquiera juraría que siempre usaba lápiz labial. Llevaba un vestido de fresca pop...